El discurso de Hitler a los jóvenes del partido busca unir al pueblo alemán entorno a su figura, como un pastor congrega a su rebaño. De hecho, la palabra más repetida en el discurso es “Alemania” y, tras ella, el concepto de “pueblo”. Hitler rechaza el internacionalismo comunista, así como la explicación marxista de la historia como una lucha de clases (dice el líder alemán: “queremos una sociedad sin castas ni rangos sociales”). Es sabido cómo muchos empresarios alemanes apoyaron a Hitler, pero es menos conocido que el partido se definía en su misma denominación como “Nacionalsocialista” y como “Obrero Alemán”. Cuando Hitler rechaza el clasismo marxista (la división entre ricos y pobres, entre capitalistas y proletarios), no hace más que substituir un mal por otro. El clasismo será reemplazado por el nacionalismo y el racismo: el mito de la raza aria, que llevará, a la postre, al exterminio sistemático de millones de judíos. Él quiere aglutinar a todos los alemanes –clase alta, media y baja– por medio del nacionalismo y del sueño del Imperio (el Tercer Reich). Aunque, cuando habla de “alemanes”, no se refiere a los nacidos en Alemania, sino sólo a los de raza aria (hayan nacido en Alemania, en Austria, …), en exclusión de todos los demás grupos humanos.
El discurso de Hitler, por tanto, busca conformar una juventud que sea disciplinada, obediente, dura y sacrificada. Son valores buenos, siempre y cuando no se absoluticen (como hace Hitler) y se enseñen como los “únicos” valores. Sabiendo lo que realmente quiere decir Hitler en su discurso, se entiende que Alemania –entonces una nación alicaída y en bancarrota– se convirtiera pronto en la primera potencia militar del mundo. Y se comprende también, cómo tantos jóvenes pudieron pronto encuadrarse fanáticamente en los grupos paramilitares nazis (las SS y las SA), famosos tanto por su “eficacia” como por su crueldad.